viernes, 17 de septiembre de 2010

En el comienzo fue la Alcott


Hacia el 2006 nos encontrábamos trabajando con el grupo de teatro con el que habitualmente hacíamos obras en Mujercitas. La novela decimonónica de aspecto algo victoriana de la Alcott, nos proveía de atractivos caracteres adolescentes a partir de sus dos novelas Mujercitas y Las mujercitas se casan y sobre todo de la película homónima de 1949 de Mervin Leroy.
Yo escribí para la oportunidad, una adaptación para la escena. Adaptación que debía condensar el entramado de las relaciones de las hermanas March en la noche misma de la navidad de 1868.
Había una razón para todo esto. Mariángeles –la directora- había tenido un grupo de teatro adolescente, cuatro de ellas querían hacer una obra. Yo sugerí esta encantadora novela, encantadora en cuanto a los discursos libertarios y progresistas (aunque a la novela se la tenga por preservar valores tradicionales como el de la familia), valores que no se explicitaban en discursos sino más bien en las vicisitudes que los March sufrían a lo largo de los años.
La novela cumplía con otro de los requisitos que a la directora y a mí como dramaturgo-adaptador nos interesaba: su época, los finales del siglo XIX y el melodrama que sobrevolaba en la afición de por ejemplo Jo, la hermana escritora.

Mientras hacíamos funciones en La manzana de las luces, una noche se me dio por garabatear un divertimento, tomando a estas cuatro hermanas aunque ya con otros nombres, otras situaciones y otros caracteres. En una noche escribí Mujerzuelas como el Frankenstein de la Shelley que ficciona Ken Russell en Gothic, alumbrada en una noche de sucesión de espantos.
La obra lo era porque empezaba, se desarrollaba y terminaba. Me animaban las relaciones confrontativas y rítmicas a lo Lorca de su Casa de Bernarda Alba y un humor algo burlón valleinclanesco.
No tenía pretensión de hacer nada con eso pero me gustaba el universo un tanto dislocado de unas hermanas que fabulaban haber pertenecido a la nobleza viviendo como vivían en la actualidad, en un parador, una taberna al paso para camioneros en la ruta.
Amanda y Miranda, las dos hermanas más grandes, discutiendo siempre y Laurencia la prostituta que ponía paños fríos, vilipendiada por las otras dos hermanas y una cuarta, enferma, más pequeña que no aparecía nunca en escena. Se hacía alusión a la figura de su honorable padre y de un tal señor Bradomín con quien las dos arpías más viejas fantaseaban.
En su origen entonces estaba el juego, la posibilidad de chancearse con las Mujercitas de la Alcott devenidas más viejas y agrias y una apuesta a lo eufónico de sus nombres y a la rítmica de sus hablas alambicadas. Me interesaba a su vez darle peso, encontrar cuerpos para esos personajes, trabajar en una estilización. Pero ello no ocurriría hasta mucho más adelante.

Sueño de una noche de verano
Esta fue la primera obra que barajé para hacer el proyecto de graduación. Había trabajado el año anterior para el IUNA en un extravagante y delirante Ubú y de aquella experiencia nos había quedado con los actores y el equipo creativo fuertes lazos de consanguinidad artística. Nos divertimos mucho haciendo ese Jarry-Demaría, poblado por mis gustos por Cantando bajo la lluvia y una Marylin Monroe paraguaya acosada sexualmente por un oso. La madre Ubú, perdía la cabeza literalmente en un momento de la obra en medio de dispositivos escénicos que simulaban oscuridad, decapitación y levitación. Una gallinita primorosamente emplumada de colores y lentejuelas cantaba el ave María de Shubert. Los Ubú y sus secuaces huían entorpeciéndose escaleras arriba del teatrito al son de fuertes acordes tremendistas mientras caían bombas sobre el reino y en una pantalla se leían los últimos textos de la obra de Jarry con el loockeado del cine silente de los años veinte.
La función fue extenuante e histérica para todos. Hacía mucho calor. Y entre la luz, los pesados vestuarios y el ámbito reducido todo parecía a punto de sucumbir.
De esa experiencia me quedó el interesarme en aspectos de prestidigitación y parafernalia espectacular. La obra que mejor se ajustaría para esto era por supuesto la deliciosa comedia de Shakespeare. El equipo estaba exhausto pero deseoso de ser torturado nuevamente para otra delirante experiencia.
Pasó el tiempo y yo con él. Las energías y las disposiciones ya no eran las mismas, por lo que opté por La señorita Julia de Strindberg. Necesitaba reubicar mis fuerzas en derredor de lo que siempre me interesó principalmente del teatro: la actuación como amplificador escénico a partir de poderosos conflictos. El tema de la la obra me convocaba como me convocaba su aire políticamente incorrecto en las relaciones entre hombres y mujeres tal como lo plantea Strindberg. Ya había dirigido La más fuerte y está vendría a ser una continuidad de estos planteamientos confrontativos que queman con su presencia la escena.
Pasó otro año y me dediqué a otras dos obras escritas por mí, dirigiendo y actuando. Ambas se estuvieron haciendo. Actualmente hay una en cartel. Una tercera : El matrimonio Overjauzen, fue escrita en forma de guión literario. Una joven pareja a punto de casarse se extravían en un lugar inhóspito de la Patagonia trabando amistad con el señor Overjauzen quien aparentemente ha matado a su mujer. La propuesta era una comedia dramática tirando a comedia negra. Me interesaba la urgencia de la pareja por casarse (más que nada de ella embarazada a término), la no asunción de la paternidad de él y el sentimiento ambiguo del señor Overjauzen frente a la muerte de su mujer y de lo que este hecho en particular ( su súbita condición de viudo) significaba.
La historia estaba escrita para que toda la acción se desarrollara en la casa del señor Overjauzen. Me pareció natural traspasarlo a la escena y comencé a pensar en esto para el proyecto de graduación. La diferencia con las anteriores intenciones era que ahora quería dirigir algo mío. Quería algo sobre lo que pudiera tener un control en un plazo determinado y tanto la de Shakespeare como la de Strindberg excederían mis fuerzas a administrar en un año, máxime teniendo en cuenta que yo estaba con otras cosas. Algún día –pensé- le dedicaré tiempo a estos autores y sobre todo a Chejov.
Pero tampoco fue El matrimonio Overjauzen lo que elegí. Mujerzuelas volvió a chistarme justo cuando empezaba este año de inminente y definitiva decisión. Propuse en consecuencia Mujerzuelas a la que le agregué una segunda parte. La aparición del señor Bradomín con su secreto inesperado.

Mujerzuelas
Probablemente Mujerzuelas acabará llamándose de otra manera. Es algo que me está dando vuelta. La historia de las tres hermanas locas y una cuarta enferma mutó hacia el policial negro con la llegada del señor Bradomín y su inesperado secreto. Del melodrama tiene la trabazón de esas relaciones fraternales conflictivas y exasperadas a punto de estallar o que decididamente estallan y por supuesto lo que sustenta al género con su intensificación musical. Del vodevil, este diseño de entradas y salidas de personajes en momentos inesperados o inoportunos, portadores de cambios drásticos y confusos para la escena. Del gran guiñol, las reacciones desmesuradas de las hermanas entre ellas y con el señor Bradomín. Del film noir un cierto aire de derrota, de cinismo y frustración, la francesidad en las discusiones del señor y la señora y a la vez, una evidente intertextualidad con Las criadas de Genet.
Las actrices son maravillosos sujetos productivos. Los modelos propuestos fueron algunos vistos de la película de Ozon 8 mujeres. Lo francés se nos cuela por todas partes, por lo que acabará llamándose –sin más remordimiento- con algún nombre galo.
Las actrices han pasado por diferentes propuestas de encare. Por ahora sólo me interesan que se diviertan y qué me diviertan a la vez que avanzan en el dominio de sus personajes. La obra tiene su buen costado sombrío pero éste como el humor tienen que ser para mí la resultante de una singularidad humana para la que hay que encontrar su más aproximada traducción escénica.
Después está lo otro. El trabajo desde fuera, la correspondencia de esa amplificación que es el espectáculo en su adecuación entre un eje que lo atraviesa, su condensación dramática y la manera en que se expresa para el espectador en los términos de luz, espacio, estilo y materialidad.
Dirigir para mí, es organizar estas funciones que son adminitrativas, productivas, problemáticas y por sobre todas las cosas, artísticas. O al menos deberían serlo.
A veces no tenemos tiempo para divertirnos y eso se nota luego en el trabajo tironeado. Queremos resolver rápido para sostener con alfileres lo que posteriormente deberá ser llenado. Es otra forma de plantearlo u otra forma alternativa a la de la diversión como base. En la raíz de ésta palabra “diversión” subyace para mí el concepto de actuación y por extensión el del teatro.

Javier Demaría

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