No existe este tierno y dulce sentimiento del vacío,
como no existe lo que acaba de astillarse.
No existen hermanas que se han muerto,
ni fantasías febriles, ni pasillos, ni puertas que se abren…
Ni el odio programado, ni el cuento que se cuenta y nos contamos,
ni lo que hasta hace poco era
una redecilla de párpados hacia adentro.
El saber que existía y nosotros lo acechábamos
como lobos que cercan a su presa.
El soñarlo deseando, su susurro en mi almohada.
El desearlo soñando, la traición y el espanto.
A Miranda cabía la estudiada y vil acción de delatarlo.
A Laurencia la invocación de un crimen nunca consumado.
Yo no pude otra cosa y no supe advertirle.
Y no existe esta boca que besó las puertas que cerraba.
Y no existe su casa, ni el papel que acaricio en su ausencia.
Ni el olvido, la nieve o ese día en que dijo ¡Hasta luego Amanda!
Ni las urdidas tramas de mujeres que esperan.
Ni la otra muerta en su oscuro recodo, allá lejos se queda
Ni la furia, ni el consuelo, ni el disparo y las lágrimas…
Si me ve con Laurencia o que escucho a Miranda,
a hurtadillas cuchicheando como cosas de hermanas,
no me piense en lo cómplice, que en la noche desmayo,
y me muerdo y me río y me sangro y me vuelvo
a su rico semblante a la luz de la luna,
que no sé de otra suerte que perdiéndolo todo
aún viviendo esta vida como el pasto a la tumba,
le soy fiel en la muerte…y viviré…así…siempre
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